lunes, 29 de agosto de 2011

EL SISTEMA DEL CONOCIMIENTO


Patricio Valdés Marín

Mientras el cambio caracteriza al universo, lo inmutable pertenece a lo inteligible. Si podemos conocer es porque existen elementos que permanecen invariables a través del cambio. Estos elementos invariantes son la relación causal, el mecanismo de la relación causal, y los estados y el dinamismo del proceso de cambio. El pensamiento abstracto consiste en la actualización consciente de dos tipos de asociaciones mentales o estructuras psíquicas que denominaremos relaciones: la relación ontológica y la relación causal. Estas relaciones se originan por la actividad cognoscitiva y, cuando son verdaderas, producen el conocimiento objetivo.

Cambio e inmutabilidad

Los antiguos filósofos griegos fueron los primeros en enfrentarse analíticamente con el dilema entre el ser y el devenir. Así lo destacó Joseph Marechal S.J. (1878-1944) en su libro El punto de partida de la Metafísica, 1959, que hizo de la antinomia de lo uno y lo múltiple el hilo conductor de esta obra que cuenta la historia de la filosofía y los distintos esfuerzos por llegar a una solución. Por una parte, es fácil percibir que todas las cosas cambian: se mueven y se transforman, se integran y se desintegran, se construyen y se destruyen, nacen y mueren, se produce una pérdida irreparable y una verdadera ganancia.

Heráclito (576-480 a. C.) intuyó tan profundamente el cambio que para él todo constituye devenir y, en este continuo fluir, nada permanece fijo. Las cosas tienen racionalidad, no por el ser, sino por el devenir. Si todo es devenir, también todo es multiplicidad. Él describió el mundo como un fuego siempre vivo que se alimenta de las cosas que devora. Por el contrario, Parménides (¿504-450? a. C.), su contendiente, concluyó que la realidad es una sustancia simple, indivisible, inmóvil e inmutable, es decir, una. Había partido suponiendo que al decir que una cosa es, significa únicamente que esa cosa existe y, de acuerdo al principio de no contradicción, no puede no ser. La multiplicidad, la divisibilidad, el cambio, el movimiento, implica el no-ser. Por tanto, si una cosa es, es uno. Este absurdo dilema fue el producto de que en griego el verbo “ser”  es equívoco, significando tanto “ser” como “existir,” y de atribuir a una palabra un solo significado.

Pero tanto Heráclito como Parménides estaban parcialmente correctos. Por una parte, todo es cambio, pero en el cambio no todo cambia; por la otra, lo inteligible lo encontramos en lo invariable e inmutable. En este ensayo habrá un intento de encontrar una solución a la ancestral antinomia de lo uno y lo múltiple. Lo múltiple se da en la realidad sensible, mientras que lo uno es propio de las ideas. Las ideas invariantes y hasta perfectas que tanto sedujeron a Parménides (y posteriormente a Platón), pueden referirse a distintas cosas, las que por naturaleza son mutables, hecho que había impresionado tanto a Heráclito.

Ciertamente, las ideas no se encuentran en la realidad sensible como las cosas que allí existen, sino que son construcciones de nuestra mente. Nuestra mente puede relacionar distintas cosas o entes que se dan en la naturaleza por lo que ella encuentra que tienen en común, ya sea como funciones o propiedades: color azul, volar; ya sea como estructuras: triángulos, organismo biológico; ya sea como cosas en sí: estructuras, funcionales. Para que existan –tengamos– ideas, es necesario que exista previa y objetivamente multiplicidad de entes para que puedan ser relacionados. Es así que las relaciones que descubre nuestra mente abstracta en la realidad objetiva son de tres órdenes: ontológicas, metafísicas y causales. No obstante, el devenir en sí, como lo mutable solo, no es materia del conocimiento abstracto; éste tiene que ver con lo invariante. Es un ente el que cambia, y en efecto, todo cambia, pero el énfasis está puesto en el ente. En consecuencia, si el universo múltiple y mutable nos es inteligible, es porque en el cambio existen elementos invariantes.

Respecto a este último postulado, sin necesidad de respaldar la tesis de las esencias inmutables como entidades anteriores a las cosas mutables, es posible señalar que existen cuatro categorías de elementos que permanecen relativamente estables a través del cambio y/o que son medibles por escalas estables, conformando unidades comprensibles para nuestro conocimiento abstracto, el que se constituye sobre la base de unidades discretas invariantes. Éstas son la relación causal, el mecanismo de la relación causal, el proceso y el dinamismo.

Relación causal

En primer lugar hay una cierta categoría extraordinariamente significativa, que tan sólo la ciencia la ha puesto en el centro de su quehacer, que sí permanece estable e invariable a través del cambio y el devenir y que nosotros podemos fijar y abstraer para conocerla y referirla a todas las otras situaciones similares. Se trata de la relación de causa a efecto, o relación causal. En ésta la causa es el origen o principio del cual el efecto procede secuencialmente en el tiempo y con dependencia natural y necesaria, según el primer principio de la termodinámica. La causa es una estructura que ejerce una fuerza, y el efecto, en tanto, es el cambio que se opera en otra estructura, el nacimiento de una nueva estructura o el término de una estructura existente.

La relación causal se presenta como determinista y fundamento de la ley natural. Precisamente, ella es algo que podemos relacionar ontológicamente o universalizar en forma de ley para la totalidad de los sucesos mutables cuyas condiciones son similares. Nos entrega la clave de la conexión causal. Por ejemplo, la relación causal “siempre que aplico calor al agua cuando está sometida a una presión de 1 atmósfera, ésta hierve cuando la temperatura alcanza los 100 grados centígrados” puede transformarse en la ley universal: “el agua hierve a los 100 grados centígrados a la presión de 1 atmósfera.”

El paso de una relación causal a una ley natural, lo que se denomina descubrimiento científico, no se realiza a través de la inducción, pues ésta considera sólo un número finito, aunque sea muy grande, de fenómenos similares. La inducción pertenece a un tipo de relaciones lógicas, pero no a las relaciones ontológicas que son las que formulan una ley. Basta que un caso no cumpla con lo postulado para que la supuesta ley, que pretende aplicarse a todos los casos contemplados de manera universal y necesaria, quede anulada. En el caso de una ley universal no vale el aforismo “la excepción confirma la regla”.

Una ley natural tiene validez científica y vigencia universal cuando son considerados todos los elementos condicionantes del fenómeno, y cuando son relacionados espacial y temporalmente de la manera apropiada, por mucho que se lleguen a desconocer los mecanismos últimos que expliquen tal comportamiento determinado. La ley de la gravitación universal describe el comportamiento de la masa y la energía en todo el universo, pero aún no se sabe por qué dos cuerpos tienen el comportamiento para atraerse mutuamente en razón directa a la masa y en razón inversa al cuadrado de la distancia.

Si bien el presupuesto para la validez de una ley natural es que el funcionamiento de las cosas del universo es determinista (siempre que se den tales condiciones y en presencia de tal fuerza, se produce un efecto determinado y no otro), la vigencia de las leyes naturales prueban, por otra parte, que el universo es determinista. Como consecuencia de lo anterior, podemos afirmar que el fundamento causal de cualquier cambio es una invariante.

Las leyes naturales surgieron en el instante de su creación, ya que estaban contenidas de modo codificado en la energía primigenia. Sin embargo, una ley comienza su existencia en el momento que aparece la función que ella describe. Toda función es propia de una estructura particular. En consecuencia, la ley cobra vigencia cuando la correspondiente estructura adquiere existencia, ya que ella se expresa a través de la funcionalidad particular que la caracteriza y la define. Así, toda estructura masiva funciona como cuerpo con masa y está consecuentemente sujeta a la ley de la gravitación. Únicamente los seres vivientes están determinados por las leyes de la evolución biológica. Sólo los seres humanos, a causa de nuestras capacidades intelectuales, obedecemos a las leyes del racionamiento.

Mecanismo causal y orden secuencial

Un segundo elemento que permanece estable e invariante a través del cambio es el mecanismo de la misma relación causal. Éste depende, dentro de un sistema dado, de una disposición que podemos describir y analizar, puesto que sus componentes son invariantes en el sentido de que estructuran el sistema y confieren un determinado orden secuencial al proceso. Así, el mecanismo aparece como el conjunto de las unidades estructurales estables con un orden secuencial dentro de un sistema donde se desarrolla un proceso. Por ejemplo, en el caso de la ebullición del agua los elementos estructurales que se mantienen invariantes, como su condición, son el calor de la llama, el recipiente, el agua líquida, el peso del aire, la humedad relativa del aire, el vapor de agua, etc. Todos estos elementos del mecanismo son por lo demás ontológicos y, por tanto, inteligibles, pues son funciones de las estructuras que intervienen.

El orden secuencial también es invariante: la llama produce calor, la llama se aplica al recipiente, el recipiente contiene el agua líquida, el calor se transmite al agua, el agua está sometida a la presión de 1 atmósfera, el agua posee un calor específico determinado, el agua cambia sus estructura de líquida a gaseosa al adquirir una temperatura determinada, etc. Resulta entonces que la dinámica existente en los procesos es idéntica a un mecanismo si la primera se considera por sus resultados y el segundo por el orden de sus relaciones causales. También resulta que todas estas relaciones causales son los componentes de un sistema, en este caso, del sistema de evaporación de agua, y que funciona por el suministro de energía. El orden secuencial nos es inteligible porque podemos relacionarlo ontológicamente.

El proceso

En tercer lugar, también el proceso mismo es invariante respecto a sus estados y, por tanto, también es ontológico. Un proceso es todo cambio que se opera y que va ocurriendo de modo dinámico en un sistema, y corresponde a la sucesión de estados analizables y medibles, pues el cambio se opera en último término de modo discreto. De ahí que un estado es aquello que también permanece fijo, al menos hasta que no cambie. Es la cosa misma desde el punto de vista cuántico, en cuanto unidades discretas; así, las unidades de agua líquida en el recipiente son invariantes en tanto no se transformen en vapor, como en el caso del ejemplo anterior. El estado es la cosa en cuanto ente.

Heráclito no supo apreciar tampoco esta situación, sino que percibió únicamente el esquema fenomenológico que describe los procesos en términos de fenómenos en una escala superior y no el cambio en el caso individual, el cual es discreto. Él hubiera observado únicamente el agua transformándose en vapor. Pero en una situación cuánticamente estable la cosa ontológica permanecerá invariable en tanto una fuerza no la cambie. No todas las unidades de agua en el recipiente se transforman en vapor simultáneamente, sino una tras otra, si bien de un modo indeterminado y aleatorio, pero estadístico. La importancia de la estabilidad relativa de la unidad discreta, desde el punto de vista ontológico, es que constituye la base para nuestro conocimiento abstracto, el cual surge de relacionar cantidades de unidades, y no el cambio mismo. Pero incluso el mismo proceso es una invariante cuando la velocidad del cambio es instantánea, y se puede hablar, por ejemplo, de explosión como un ente inteligible.

El dinamismo

Por último, el mismo dinamismo de un proceso es analizable y medible. Podemos definir qué fuerzas operan en un sistema y medir la intensidad, la magnitud, la dirección, el alcance, la velocidad, la duración, el recorrido y el sentido de ellas. En el ejemplo anterior, podemos establecer y calcular las fuerzas que intervienen: la intensidad de la presión a que está sometido el sistema, la magnitud de la fuerza de gravedad que mantiene al agua dentro del recipiente, la temperatura y duración del calor aplicado al agua, la tensión molecular del agua líquida, el calor latente, el calor específico, el gasto calorífico de la transmisión de calor, los coeficientes de transmisión de calor, la capacidad calorífica, etc. Todas estas medidas no sólo son comprensibles en sí mismas cuando están referidas a escalas conocidas, sino que a través de ellas podemos llegar a conocer el fenómeno que están midiendo, en este caso, el agua que ebulle y se evapora.

El hecho de que existan invariantes en el determinismo natural no significa que una relación causal sea fácilmente reproducible. Lo contrario parece ser la norma, sobre todo cuando se trata de entidades más complejas. Por ejemplo, si se piensa en la inconmensurable cantidad de sistemas solares similares al nuestro que pueden existir en el universo, no se puede deducir que en algunos de ellos pueda haberse desarrollado la inteligencia humana. Aunque naturalmente repetibles, es tan grande la cantidad de condiciones requeridas para la estructuración de un cerebro humano, que virtualmente son únicas y pertenecen a nuestro propio planeta y a nuestra propia era, y si se repite aquí y ahora, es a causa del mecanismo de la herencia genética y de las condiciones particulares del ambiente. Así que tener un encuentro cercano de tercer tipo con un humanoide extraterrestre, que además piense como un ser humano, es una imposibilidad virtualmente absoluta.

El conocimiento objetivo

Los procesos del conocer y el pensar no son espirituales ni tampoco tienen existencia en la res cogitans cartesiana, sino que se verifican en determinadas estructuras de nuestro propio universo de materia y energía, que son nuestros cerebros, e intervienen los mismos tipos de fuerzas que existen en dicho universo. Por una parte, el corazón bombea directamente hacia el cerebro una apreciable proporción de la sangre oxigenada y rica en nutrientes. Esta energía es empleada para mantener la acción de los fenómenos electroquímicos que se verifican en el cerebro para generar las funciones cerebrales psicológicas que producen tres tipos distintos, pero íntimamente relacionados, de estructuras psíquicas: las cognitivas, las afectivas y las efectivas. Todas se reúnen en la escala superior de la estructuración psíquica, que es la mente, la que se unifica en la conciencia. Por la otra, el cerebro es el receptor de un constante y variado flujo de señales electroquímicas cognitivas que provienen de los órganos de sensación por transformación de fuerzas electromagnéticas y gravitacionales del medio externo y que los sentidos de percepción estructuran en percepciones, el córtex organiza en imágenes y el neocórtex sintetiza en ideas o conceptos. Los conceptos o ideas son las unidades discretas del pensamiento abstracto.

Toda esta actividad cognoscitiva tiene un doble objetivo: primero es, siguiendo a los filósofos griegos y en especial a Aristóteles, conocer con verdad la realidad, y segundo, a partir de este conocimiento, dirigir y coordinar la acción intencional. En la acción de conocer el sujeto constituye la cosa en objeto cognoscitivo. El efecto último de la acción de conocer es generar una representación conceptual de la cosa en la mente. Parece conveniente aquí reiterar la aclaración entre los conceptos “cognitivo” y “cognoscitivo”. Por el primero me refiero a la actividad y a los procesos del conocimiento hasta la escala de la conciencia de lo otro, desde la pura sensación hasta terminar en la imagen. Por el segundo, al conocimiento producido por el pensamiento abstracto y lógico debido a la elaboración y reelaboración de ideas a partir de imágenes como materia prima, que es lo propiamente humano.

Todos los animales con cerebro y sentidos de percepción llegan a conocer entes múltiples y mutables y la funcionalidad de aquellos que les son beneficiosos o peligrosos. Aquéllos más evolucionados consiguen estructurar imágenes muy acabadas y hasta relacionar imágenes, obteniendo imágenes nuevas y más significativas. Las imágenes representan cosas en forma bastante concreta, inmediata, directa y unívoca, pues están muy cercanas de las cosas que representan. Son reproducciones virtualmente uno a uno de cosas que existen concretamente en la realidad.

El pensamiento animal se desarrolla en la escala de las imágenes, que son reproducciones de las cosas de la realidad. El pensamiento propiamente humano se desenvuelve en una escala superior, que es el de las ideas. Los experimentos realizados con delfines, loros grises o chimpancés, que ocasionalmente nos hace disfrutar algunos programas de televisión, no hacen sino recalcar la distancia cognitiva entre estos inteligentes y simpáticos animales y los seres humanos. La idea de triángulo es más que una imagen depurada de triángulo que corrientemente podemos tener, la que por medio de la analogía cualquier imagen de triángulo le puede ser asimilada. Yo, o un animal, puedo comparar dentro de una misma escala si mi imagen depurada de triángulo –y para la cual puedo incluso relacionar con una imagen acústica, como la forma fonética ¡triángulo!– se parece más a una forma de triángulo que se me presenta que a la forma de estrella que está a su lado. La idea es más que una imagen, pues se estructura en una escala superior que podemos denominar abstracta.

A partir del mismo tipo de imágenes, sólo el ser humano puede estructurar ideas de gran abstracción y muy lejanas de lo inmediatamente sensible. Las ideas más abstractas, en el sentido de que aunque hacen referencia a imágenes e ideas concretas no requieren ser representadas directamente, son los conceptos. El conocimiento humano se expresa en proposiciones, las cuales están compuestas por conceptos e ideas.

Lo que es verdaderamente extraordinario del intelecto humano son dos características: 1º que tenga ideas de cosas de la realidad, en circunstancias de que en la realidad no existen ideas; 2º que esas ideas puedan ser verdaderas en el sentido que estas representaciones abstractas de la realidad le correspondan fielmente. Por consiguiente el problema epistemológico fundamental es: ¿cómo es posible que nuestra mente pueda tener ideas abstractas y universales, en circunstancias que en la realidad que experimentamos es de objetos concretos y particulares?

Platón no pudo concebir un modo de conocer ideas a través de la experiencia sensible y planteó que el “Mundo de las Ideas” era distinto del “Mundo de las cosas”, del cual sería un mero reflejo. Los idealistas supusieron que los conceptos son innatos y no adquiridos a través de la experiencia. El problema que dejan sin resolver es que no es posible explicar por qué un ciego de nacimiento nunca llega a tener el concepto, por ejemplo, de rojo. Por otra parte, los conceptos sensoriales son fáciles de explicar que procedan de la experiencia sensible, como los positivistas exponían en contra de los idealistas, pero no ocurre lo mismo con los conceptos de libertad, honestidad, utilidad marginal, cuatrocientos treinta y seis, pues no se tiene de ellos ninguna imagen sensible correlativa. No es fácil explicar cómo conceptos, como infinito, implicación, deducción, puedan provenir de la experiencia sensible.

La explicación reside en que la experiencia sensible, común a la de los animales, provee imágenes a través de la síntesis de sensaciones y percepciones, y en que de las imágenes no se derivan las ideas o los conceptos dentro de su misma escala. Los conceptos pertenecen a una escala superior que sólo el pensamiento humano puede generar. Sus unidades discretas son las imágenes. Estas son representaciones de escala menor que se estructuran en base de percepciones. Son virtualmente reproducciones de las cosas de la realidad.

Los positivistas ingleses (Locke, Berkeley, Hume) denominaban “idea” a lo que es en realidad una imagen, lo que se ha prestado para muchos equívocos. A lo más que el positivismo puede llegar es a dilucidar si lo representado tiene sentido o no, pero no puede manifestarse acerca de la validez o no de una proposición.

Es posible distinguir en las imágenes dos ópticas: cuando la atención se enfoca en una imagen –acústica, visual, táctil, olfativa–, se hace referencia a un individuo y es la base para efectuar en una escala superior una relación ontológica; en cambio cuando se da importancia a una imagen en un contexto, o a una relación de imágenes, se está dando importancia a una acción, y es este caso, se está describiendo una relación causal. Un hecho es una relación causal que se produce en la realidad objetiva.

Con propiedad, santo Tomás de Aquino definía la verdad como la correspondencia entre la idea y la cosa, entre una proposición y un hecho, o, en términos más generales, entre la representación abstracta y lo concreto representado. Sólo una proposición puede ser verdadera o falsa. La verdad o la falsedad no se refieren a una imagen ni tan siquiera a una idea o concepto, sino que a una proposición. Sólo la proposición verdadera constituye materia del conocimiento de la realidad conceptualizada. El ser humano puede conocer con verdad, pues sus representaciones provienen de los objetos y se refieren a los objetos.

Así, pues, para conseguir una percepción, es necesaria la experiencia de la cosa mediatizada por sensaciones. Para adquirir una imagen de una cosa, se requieren tanto percepciones directas sobre la cosa misma como percepciones acumuladas en la memoria. Para tener una idea abstracta, las unidades que la estructuran, las imágenes, provienen de diversas fuentes, como las experiencias actuales y evocadas, los testimonios, las valoraciones culturales, las señales. Las ideas se desarrollan en nuestra mente a través de las relaciones ontológicas y causales que efectuamos en el proceso del conocer y del pensar, más las relaciones lógicas que construimos, junto con el apoyo práctico del lenguaje que no sólo ayuda a establecer el orden de una relación, sino que contiene la experiencia colectiva de toda una cultura.

El que las unidades abstractas del conocimiento subjetivo correspondan a la realidad objetiva y concreta depende de la consistencia que posean frente a la crítica de la verdad. Se puede afirmar de plano, en contra de los idealistas, que el hecho de tener una idea de algo, o de nombrar algo, no hace que la cosa de la que se tiene una idea o que se nombra adquiera existencia por sí misma. Por el contrario, la existencia de algo objetivo es anterior a la idea subjetiva de algo; y la idea de algo, para que sea verdadera, debe ser capaz de representar lo más fielmente posible a ese algo existente.

El conocimiento abstracto

Lo que nos diferencia de los animales es nuestra capacidad de pensamiento abstracto y lógico. El pensamiento racional relaciona lógicamente las proposiciones que generamos. Pero antes está el pensamiento abstracto, que tiene dos funciones afines: produce la idea, y también genera la relación ontológica.

Las percepciones y las imágenes son representaciones primarias del conocimiento objetivo. El punto es cómo podemos tener ideas trascendentales a partir de estas representaciones. Kant, al preguntarse “¿son posibles las proposiciones sintéticas a priori?”, estaba haciéndose eco del prejuicio de la imposibilidad de este tipo de proposiciones. Supuso que dichas ideas no pueden provenir del conocimiento sensible, por lo que no pueden ser a posteriori. Por el contrario, las proposiciones trascendentales, aquellas que son aplicables con necesidad a todos los seres del universo, son posibles gracias a nuestra gran capacidad intelectual para sintetizar conocimiento en escalas superiores y sucesivas a partir de las sensaciones que experimentamos en nuestro contacto con el mundo exterior. En el curso de nuestra estructuración cognoscitiva, los seres humanos distinguimos cosas que se asemejan y cosas que se diferencian, pues es así como las cosas se dan en la realidad. Gatos, leones y tigres se asemejan y nosotros los englobamos en la idea de felinos. Esta es la base del conocimiento abstracto y universal. No es la mente la que posee a priori un orden conceptual, como supuso Kant, sino que es la naturaleza es la que posee un orden que la mente puede aprehender. Pero para que este conocimiento sea necesario, se requiere conocer el origen –la causa– de la cosa. Así, el conocimiento de las relaciones causales, que proviene en último término del conocimiento experimental, nos da el grado de certeza que requiere la necesidad.

La abstracción en la construcción del concepto a partir de imágenes e ideas más concretas y particulares es una función cognoscitiva de nuestra estructura cerebral por la cual se realizan una serie de operaciones. Primero, consi­dera dos o más conjuntos de imágenes o ideas más particulares. Segundo, los analiza separando sus elementos constitutivos. Tercero, compara los elementos. Cuarto, agrupa aquellos elementos similares en un nuevo conjunto de escala superior. En consecuencia, por la abstracción se agrupan los caracteres comu­nes de diversos conjuntos en un nuevo conjunto que los contenga y que denominamos “idea”, sin importar la cantidad de conjuntos individuales, o representaciones, que lo compongan, pues lo que importa es que el resultado sea una entidad que conforma una unidad discreta de una estructura de escala superior. Nuestra mente es tan ágil que cuando piensa está también imaginando, de modo que una idea no se piensa en “vacío”, sino que va acompañada corrientemente por coloridas imágenes más concretas.

Aquello que ha admirado a los filósofos es, por una parte, la capacidad del intelecto para tener ideas abstractas, las cuales se refieren a conjuntos de cosas relacionadas, cuando la realidad se presenta como una multiplicidad de cosas sin aparentemente mucha relación. La idea de triángulo se aplica a todas las figuras de tres lados sean del tamaño y del material que fueren. Por la otra, es la capacidad del mismo intelecto para avanzar desde la multiplicidad de lo individual hacia la unidad de lo universal. Debemos pensar que dichas capacidades de la mente son un reflejo de la realidad. Si atendemos a ésta, advertiremos que las cosas se relacionan con otras cosas que pertenecen a la misma escala, que son de escalas inferiores incluidas, o que son de escalas superiores incluyentes. En consecuencia, si nuestro intelecto puede abstraer elementos significativos y comunes de las cosas y puede universalizarlos, no es porque tales elementos son anteriores a las cosas (perteneciendo a las ideas), sino porque las cosas están constituidas primero por dichos elementos que el intelecto luego relaciona, comprendiéndolos. Mal que mal, la inteligencia que poseen los individuos de nuestra especie evolucionó exigida por la existencia de la lucha por sobrevivir justamente en la realidad, y no surgió ya habilitada para dirigir la lucha.

Las cosas del universo son aparentemente caóticas. La diversidad de cosas, sus distintos movimientos, el continuo fluir y cambio, comparados con el orden y unidad de las representaciones en nuestra mente, hicieron pensar a muchos filósofos que la unidad y el orden existen sólo en las ideas. Estas características pertenecen, por el contrario, a las cosas de la realidad objetiva, y nuestra inteligencia tiene la capacidad precisamente de encontrarlas. Ocurre que la realidad no es sólo aquel tiempo y espacio lleno de cosas distintas que podemos percibir. También es aquello que relaciona las distintas cosas en causas y efectos en el espacio y el tiempo. La realidad es el pasado de donde se originan las causas, el presente donde se actualizan en efectos y el futuro hacia donde se dirigen las causas del presente. No es sólo el conjunto de cosas, las que podemos comparar por sus características (accidentes) que podemos percibir, principalmente es el conjunto de las relaciones causales existentes entre las cosas y que podemos llegar a conocer. De ahí que la realidad –o el ser– sea no solo lo existente, también es lo histórico y lo potencial.

En consecuencia, podemos definir la inteligencia no sólo como la capacidad para relacionar las representaciones de las cosas (sensaciones, percepciones, imágenes, e ideas o conceptos), sino también para encontrar aquello que relaciona ontológica, causal y lógicamente las cosas de manera objetiva. Desde otra perspectiva, la abstracción no significa un apartarse de la realidad concreta, sino que es una capacidad intelectual para racionalizar la realidad concreta y otorgarle universalidad y necesidad.

La estructuración del conocimiento

Podemos entender por relacionar precisamente estructurar. Si identificamos el concepto “relación” con el de “estructuración”, podremos acordar que es mucho más fuerte que el de “asociación”. La asociación une diversas unidades por sus aspectos secundarios o accidentales. En nuestro caso la relación los une por lo primario o lo esencial. De ahí que la relación estructure dichas unidades en una escala superior. En este sentido la escuela psicológica asociativa de William James (1842-1910), que emana de David Hume (1711-1776), no puede decirnos mucho acerca de la epistemología.

El producto de la inteligencia es el conocimiento. La inteligencia animal permite relacionar las representaciones de las cosas percibidas hasta solamente la escala de las imágenes. El cerebro del ser humano, por su capacidad de abstracción, puede sintetizar las representaciones en las escalas mayores de las ideas y conceptos, relacionándolos de modo ontológico –y también de modo metafísico–. A su vez, en la mente humana las relaciones ontológicas y causales producen proposiciones y juicios, los que ésta relaciona de modo lógico.

La materia adquiere orden cuando naturalmente se estructura mediante el empleo de la fuerza y el uso de la energía. El orden de nuestro conocimiento proviene simplemente del orden de las cosas cuando logramos la verdad y el buen razonamiento. Nuestras relaciones ontológicas provienen de nuestras representaciones en la escala de la abstracción, mientras que nuestro conocimiento de las relaciones causales proviene de comprender la funcionalidad y el funcionamiento de las cosas.

La inteligencia construye estructuras cognitivas a partir de elementos representacionales que relaciona. En el proceso de conocer ella separa las distintas representaciones, distinguiéndolas como únicas, y las une a otras por aquello que tienen en común. Cuando me refiera a “relación”, deberemos entender también su recíproco, “distinción”. Un ser humano tiene una idea de triángulo tanto porque puede distinguirlo de otras figuras geométricas planas, tales como cuadrados, círculos o trapecios, como porque puede relacionar implícitamente sus componentes fundamentales consistentes en tres rectas en un plano que conforman tres ángulos internos que suman 180º, que es lo que en efecto estructura y define el triángulo mismo. Su idea de triángulo será aún más abstracta cuando llega a relacionar además que las rectas pueden ser de cualquier tamaño y sustancia y que cualquiera de los ángulos que éstas conforman puede tener cualquier abertura menor de 180°.

La representación es una realidad más extensa que el símbolo. El símbolo es una relación convencional, unívoca, unilateral, unidireccional con un objeto. La representación es una relación directa y global con un objeto que admite una multiplicidad de escalas incluyentes. La idea de triángulo representa desde la idea más abstracta, definida como una figura geométrica de tres lados hasta el triángulo más concreto posible de imaginar, en tanto que puede ser simbolizada por cualquier figura convencional.

El conocimiento es igual que tener conciencia de cosas y cambios de la realidad a través de sus representaciones, o contenidos de conciencia, y sus relaciones. Por lo tanto, conocer es adquirir conciencia. La ignorancia acerca de algo es lo mismo que no estar consciente de aquello. Así, pues, mientras la inteligencia es la capacidad para relacionar contenidos de conciencia, el conocimiento es la conciencia tanto de los términos de la relación como de la relación misma.

El conocimiento incluye información tanto sobre qué es el universo y sus cosas como sobre cómo ésta funciona y está estructurada. Desde el punto de vista metafísico las cosas del universo son estructuras y fuerzas que se estructuran en escalas sucesivamente incluyentes, siendo unidades discretas de una estructura de escala superior y estando compuesta por sus propias unidades discretas, y se afectan entre sí causalmente dentro de su propia escala.

El proceso del conocimiento no se escapa de esta condición o naturaleza. Nuestro sistema nervioso central, constituido por un ingente amasijo de neuronas densamente interconectadas, es extraordinariamente funcional. Actúa en todas nuestras actividades o funciones psíquicas, entre las que se cuenta preponderantemente el conocimiento. Este comienza a partir de la información nueva externa que llega al cerebro más información almacenada en la propia memoria. El conocimiento es a posteriori: recibe de los sentidos de sensación señales sensibles, constituyendo unidades discretas de la percepción, que es una estructura psíquica que se encuentra en una escala superior que las sensaciones; a continuación, el cerebro ordena estas percepciones en imágenes, que es una estructura psíquica de escala superior que las percepciones; luego, el mismo cerebro organiza en una escala aún superior las imágenes en ideas. Una imagen es una representación de algo concreto, mientras que una idea es una representación abstracta. Una imagen puede ser definida por una idea. Por ejemplo, Juan, mi vecino, es un hombre. La idea de hombre es una estructura psíquica cuyas unidades discretas son imágenes concretas de múltiples individuos humanos concretos que el sujeto conoce por su experiencia y que su mente relaciona y sintetiza en un todo ideático de escala superior. La idea de hombre no tiene existencia sino en la mente, como representación abstracta.

Pero aquí no se acaba todo. El mismo sistema nervioso central realiza nuevas estructuras psíquicas con las ideas para obtener proposiciones o enunciados, y que son estructuras de una escala todavía superior, y son de dos tipos: relaciones ontológicas y relaciones metafísicas (estas últimas son proposiciones trascendentales). Las relaciones causales que se dan en la naturaleza son aprehendidas como relaciones ontológicas y culminan apropiada y científicamente en la formulación de leyes naturales que tienen validez en el universo entero. Las proposiciones son a su vez estructuradas en una escala aún superior, y tenemos entonces las relaciones lógicas.

Todas las unidades psíquicas en sus diversas escalas podemos llamarlas representaciones, pues están referidas en último término al mundo sensible, pudiendo la actividad cerebral saltar de escalas y pasar de sensaciones a ideas en milésimas de segundo. La mayor o menor adecuación entre una representación y el mundo sensible o realidad se llama verdad. Como se puede apreciar, no hay nada a priori en el sujeto que conoce que no sea su propia memoria de representaciones estructuradas a partir de su propia experiencia y aprendizaje. El sujeto sólo tiene la inteligencia con la que la naturaleza lo dotó y que le permite efectuar las estructuraciones psíquicas de sus representaciones. La realidad es el mundo objetivo (sensible) potencialmente inteligible.

Las sucesivas estructuraciones del objeto se pueden conocer directa y objetivamente a través de representaciones. Sus modos de funcionar se conocen empíricamente. Aquello que caracteriza el conocimiento abstracto son determinadas funciones cognoscitivas correlativas. La mente, que es un producto psíquico de la funcionalidad del cerebro humano, tiene la capacidad de abstracción para relacionar temporalmente estas representaciones y comprender las relaciones causales que las afectan. Tiene la capacidad de abstracción para relacionar espacialmente estas representaciones hasta llegar a estructurar ideas abstractas. También tiene la capacidad para abstraer la cantidad tanto del tiempo como del espacio y llegar al número. En fin, tiene la capacidad para abstraer lo trascendental de estas representaciones.

El conocimiento se identifica más con conciencia que con información. Un sujeto muy bien informado lo está porque activamente ha intencionado en forma consciente conocer, siendo en este caso la información un efecto del conocimiento. La conciencia es tanto la capacidad para ser informado como el interés por informarse. No basta que un sujeto esté expuesto pasivamente a un flujo de información quam tabulam rasam para luego memorizarla, como algunos educadores y comunicadores, siguiendo a ciertos filósofos de la lengua, suponen y además quieren. El sujeto requiere estar consciente y vigilante. Santo Tomás de Aquino (1224-1724) habla de intellectus agens para indicar la actividad cognoscitiva del sujeto. La pasividad frente a la información no produce conocimiento. La información así adquirida es útil sólo para pasar exámenes y participar en concursos de conocimientos. El conocimiento es la estructuración activa a partir de subestructuras informativas. Es comprensión y entendimiento. Esta estructuración parte de la fuerza que ejerce el sujeto consciente, vigilante y alerta, y en ocasiones demanda tanto esfuerzo intelectual que produce somnolencia.

Si la idea puede ser comunicada mediante símbolos, la imagen debe ser producida directamente, o ser repetida, para ser comunicada. Lo que simplemente es incomunicable son las sensaciones y las emociones en sí mismas, aunque no sus manifestaciones externas. La cultura audiovisual contemporánea, en la utilización de complejas técnicas de publicidad, explota la imagen al extremo de pretender suplantar la idea cuando asocia imágenes distintas para provocar una emoción, la ilusión de una idea o incluso una proposición. En su producción genera corrientemente la percepción de una realidad distorsionadora de valores, ilógica y puramente concreta. Por otro lado, si el arte logra expresar ideas a través de imágenes que son inexpresables por medios verbales, es inadecuado para describir con exactitud la causalidad existente en la realidad. La razón para ello es que la metáfora, que es su modo de expresión, por la que asocia analógicamente dos relaciones cuyas conexiones son equivalentes, no es propiamente lógica ni causal.

Una idea existe en el espacio y el tiempo. Una idea es una estructura y, en cuanto tal, es una realidad que ocupa espacio, aunque naturalmente muy pequeño cuando existe en la mente humana, la que se asienta en el sistema nervioso central, pues involucra una cantidad determinada de microscópicas neuronas. Su permanencia en el tiempo puede durar desde un instante en una conexión sináptica hasta lo que dura la existencia de la persona si se sintetiza como recuerdo en su memoria. La idea puede trascender el recuerdo en la memoria individual si es transmitida al medio cultural y es traducida a símbolos convencionales e impresos en libros, o grabados en cintas magnéticas o en cualquier otro tipo de memoria artificial.

Es conveniente señalar que la idea es triplemente funcional. En primer lugar, la idea, al poder relacionar una cantidad de entes, nos puede dar una explicación de la realidad comprendida por éstos. También la idea puede comunicarse. En esta segunda función, un individuo, para comunicarse con otros, debe necesariamente relacionar o cifrar las ideas en símbolos convencionales comprendidos colectivamente. El símbolo puede ser reproducido utilizando materiales de larga duración, como el granito, el bronce, el pergamino, el papel, el disco magnetofónico, la cinta magnética o el disco compacto. Una tercera función de la idea es dirigir, coordinar y regular nuestra propia acción al otorgarle un contenido valórico y un contenido intencional, es decir, un contexto y un propósito. Esta misma intención comunicada a otro permite manifestar la propia voluntad y también concertar y coordinar la acción en común.

Existen tres tipos de relaciones de las que podemos derivar, mediante el pensamiento abstracto, un conocimiento objetivo ulterior: la relación ontológica, la relación causal y la relación metafísica. La primera pertenece al “ente”, formula la pregunta “¿qué es?”, su parámetro es la individualidad, está referida a la estructura de la que forma parte y a su función específica y la respuesta es la esencia. La segunda pertenece a la relación de causa y efecto, formula la pregunta “¿cómo es?” y también “¿por qué es como es?”, sus parámetros son lo múltiple y lo mutable, está referida al cambio y la respuesta es la comprensión del funcionamiento de las cosas. La tercera pertenece al “ser”, formula la pregunta “¿por qué es lo que es?”, su parámetro es lo trascendental, está referida a lo que es esencial al ser y la respuesta es la fuerza y la estructura.

En consecuencia, el conocimiento objetivo es una estructura de actitudes mentales que buscan responder a tres tipos de preguntas distintas que el sujeto se hace respecto a la realidad. La relación ontológica resulta de responder a la pregunta “¿qué es?” En una primera instancia la mente relaciona una imagen con una idea, como en el ejemplo, Juan es un hombre. En una escala superior, una relación ontológica verdadera es el producto de relacionar dos ideas, como en el ejemplo, un hombre es un animal racional. Por su parte, la relación causal surge de responder a la pregunta “¿cómo es?” Este preguntarse comprende una serie de escalas que va desde el simple hecho causal, a la hipótesis, hasta la teoría. En cuanto a la relación metafísica, aparece con la pregunta “¿por qué es?” La respuesta considera lo que es trascendental de las relaciones ontológicas, alcanzando el máximo grado de abstracción. Por último, la mente también efectúa relaciones lógicas cuando ordena racionalmente las proposiciones que resultan de las respuestas a las anteriores preguntas para obtener proposiciones ulteriores.

El sistema del pensamiento

El sistema del pensamiento ocupó el centro de la filosofía de René Descartes (1596-1650), a quien le tocó vivir en una época de grandes contradicciones filosóficas y de verdades contrapuestas. Este filósofo quería construir un método para llegar a la verdad incontrarrestable. Supuso que las ideas que sustentan cualquier juicio verdadero deben ser claras y distintas y estar despojadas de toda imprecisión y error. Esto significa sostener que entre la idea y la realidad se debe dar una relación de uno a uno, es decir, una idea para cada cosa. Para ello Descartes creyó que la realidad es extensa, o sea, está compuesta por unidades con extensión, y que es posible descubrir y conocer los segmentos unitarios y llegar a obtener una representación cognoscitiva de estos segmentos. Pensó que el conocimiento es la capacidad para conocer estos segmentos y que un gran conocimiento es posible si uno llega a adquirir una cierta cantidad de estas representaciones.

Sin embargo, la realidad no es precisamente la totalidad de estas unidades extensas que conforman el espacio del universo, aunque éstas sean de tamaño casi infinitesimal. La realidad es más bien aquello que nosotros podemos objetivar, esto es, que podemos erigir en objeto de nuestro conocimiento. Aquello que no es susceptible de objetivar simplemente no podemos conocer. Por una parte, nuestro sistema de pensamiento racional y abstracto puede objetivar unidades más universales de cosas individuales y concretas en lo que llamamos ideas, en el sentido de que podemos predicarlas de todas estas cosas. Por la otra, el proceso de este sistema trata de estructurar estas ideas en enunciados, proposiciones o juicios a partir de las relaciones que efectúa, relacionándolas según sus semejanzas para llegar a ideas aún más universales. Luego relaciona estas proposiciones según criterios lógicos. En fin, también puede objetivar las relaciones entre cosas gracias a que se relacionan naturalmente de modo causal. De allí que nuestro pensamiento pueda estructurar un mundo de ideas, efectuando relaciones ontológicas mediante el proceso de abstracción, relaciones lógicas por nuestra capacidad para procesar racionalmente distintas proposiciones, y ontologizando las relaciones causales de la naturaleza.

El sistema del pensamiento es un proceso cognoscitivo cuya función es correlacionar críticamente nuestro mundo subjetivo y personal de representaciones e ideas con el mundo objetivo de cosas reales, adecuando y modificando permanentemente el primero al segundo hasta hallar la correspondencia o adecuación más completa que nos es posible. Mediante el análisis, sometemos las relaciones causales al rigor de la lógica. Mediante la síntesis, sometemos las conclusiones de la lógica a las relaciones ontológicas. El objetivo de este proceso es el juicio correcto que se identifique con una proposición verdadera y llegar a verdades universales que engloben conceptos y juicios de menor escala.

Para obtener juicios correctos debemos superar muchos obstáculos que se interponen en el camino: prejuicios, suposiciones, ignorancia, fallas lógicas, como las generalizaciones y conclusiones ilógicas, pasiones que obnubilan el juicio, etc. En la obtención de estos juicios, no sólo está implicada la supervivencia de la persona como organismo biológico, sino que también su desarrollo y su crecimiento intelectual. Sin embargo, la supervivencia del individuo humano depende principalmente de la subsistencia de su grupo social, y para recibir la protección de éste aquél debe aceptar y hacer suyo los juicios que los individuos que componen el grupo social efectúan sobre todo tipo de materias, aunque muchos de dichos juicios sean manifiestamente erróneos. En consecuencia, a pesar de que el mandato de la inteligencia es que su sistema de pensamiento obtenga juicios verdaderos, la libertad personal le señale al individuo que persiga como camino correcto la rectitud y, su conciencia le dicte buscar la verdad a todo trance, la presión social y el temor al rechazo social consiguen adormilar su pensamiento y aceptar las mentiras y los errores colectivos como si fueran benéficos.

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NOTAS:
Continúa en http://relacionesontologicaycausal.blogspot.com/
Todas las referencias se encuentran en Wikipedia.
Este ensayo corresponde al Capítulo 2. “El sistema del conocimiento,” del Libro V, El pensamiento humano (ref. http://www.penhum.blogspot.com/),
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